Prótesis de cadera

En más del 80% de los casos, la enfermedad que hace necesario recurrir a una prótesis es la artrosis de cadera, una dolencia que produce el desgaste del cartílago articular, al tiempo que provoca dolor y rigidez. También existen otras enfermedades que pueden dañar a la cadera. Entre las reumáticas, la más conocida es la artritis reumatoide. En cualquier caso, casi el 90% de las personas que requieren un reemplazo de cadera han superado los 55 años. Sin embargo, gracias a los avances de los materiales de las prótesis, hoy en día cada vez se operan pacientes más jóvenes
En su fase inicial, los síntomas de la enfermedad se intentan aliviar con tratamientos conservadores, que tienen como objetivo disminuir el dolor y mejorar la movilidad de la articulación lesionada. Cuando no se logra, se recurre a la colocación de una prótesis de cadera.

La sustitución de una cadera por una articulación artificial es una técnica de cirugía mayor que suele realizarse bajo anestesia raquídea o general. A través de una incisión de unos 10 centímetros en la parte lateral o posterior de la cadera, se extrae la cabeza del fémur dañada, que posteriormente se reemplaza por una prótesis elaborada con materiales artificiales. A continuación se implanta una cúpula de plástico, metálica o de material cerámico en la cavidad esférica de la pelvis dañada. Posteriormente, en el extremo proximal del fémur se coloca una bola metálica o cerámica unida a un vástago que se inserta dentro del hueso.

Las características de los materiales empleados en este tipo de prótesis permiten una movilidad similar a la previa de la articulación. Así, en su fabricación se utilizan diversos metales como acero inoxidable, aleaciones de cobalto, cromo y titano; también se usa el plástico, habitualmente polietileno, un material muy duradero y resistente al desgaste que supone la fricción.

Tradicionalmente se ha empleado cemento para fijar los componentes protésicos al hueso. Hoy en día se utilizan mucho más los implantes no cementados que se encajan directamente en el hueso. Esta técnica requiere gran precisión en su colocación y es especialmente útil en los pacientes jóvenes.

La intervención quirúrgica dura alrededor de 60 minutos y la estancia posterior en el centro hospitalario varía entre 5 y 7 días, si bien puede prolongarse más tiempo, según el estado de cada persona.

Tras la operación, los pacientes deben llevar muletas durante el mes siguiente. Pasados tres meses se puede volver a hacer vida normal, aunque existe disparidad de criterios sobre la práctica deportiva. En este sentido, se desaconseja realizar deportes de contacto, como kárate, judo, fútbol sala, etc. Sin embargo, no debería suponer ningún problema acudir al gimnasio o practicar deportes como el ciclismo, golf y natación, entre otros.
Las prótesis tienen una vida limitada debido al desgaste de los materiales. Sin embargo, el 90% está por encima de los 15 años de duración. Se recomienda realizar controles periódicos, normalmente uno o dos meses después de la intervención, al año, a los 5 años y a los 10 años posteriores a su colocación, y a partir de entonces con periodicidad anual.

Juan Ramón Valentí. Director del departamento de Cirugía Ortopédica y Traumatología de la Clínica Universidad de Navarra.



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